jueves, 16 de junio de 2011

DE VUELTA A LA ISLA...

Partió pensando que era la decisión correcta, y dejó detrás de sus pasos una estela de recuerdos que reclamaban el por qué de su partida, intentó ignorarlos, porque los buenos recuerdos duelen cuando uno decide alejarse del presente que fue construido a base de ellos, y no sé por qué, pero es un vicio de muchos alejarse de lo que es tan conocido y familiar, con sueños en la cabeza, sueños que muchas veces terminan siendo pesadillas y que mientras se van alcanzando se miden con los recuerdos que finalmente no pueden ser ignorados y entonces uno se da cuenta que no hay mejor sueño que el ayer compartido con esa gente y esos lugares que se siguen extrañando.

Él tenía sus propios sueños, no muy claros, pero los tenía, así que abandonó la isla que lo vio nacer y jugar en las orillas que daban la bienvenida al mar una y otra vez. Quiso mirar atrás mientras la endemoniada barca se abría paso hacia el horizonte, pero no lo hizo, por temor a darse cuenta que cometía un error, porque a veces la libertad suele ser una dama que te encadena a sus antojos y te lleva a rincones en los que nada puedes hacer con ella. Se aferró a sus sueños, cerró sus ojos a la realidad que abandonaba, y bloqueó de su memoria los rostros de aquellos que eran sinónimo de su infancia y de su adolescencia, porque ya era el momento de ser adulto, eso creemos, que empezar a ser adultos es soltar esa capacidad, la habilidad placentera de ser tontos, y cuando nos damos cuenta ya la piel está coartada por las arrugas de los intentos fallidos. Pero no se encierran los recuerdos detrás de barrotes ni se encadenan, es uno quien se encierra entre el final de aquellos días y un horizonte que parece amplio, pero que no es más que un espejismo que nunca podemos tocar.

Y es que somos tan inconformes, no nos damos cuenta que en nuestra propia isla podemos ser todo lo que quisiéramos ser, y él lo supo, con el pasar los años, mientras se conocía a sí mismo descubría que pertenecía aquel lugar; en las horas agitadas, horas de su desesperación, bastaba recordar las olas del mar golpeando su isla, la brisa naciendo en la arena, el cielo inmenso y altivo, cielo de cuentos, bastaba recordar las manos extendidas de los amigos que saludaban al atardecer, cuando corriendo llegaba a la plaza listo para jugar, bastaba recordar la sonrisa de la niña que lo acompañó hasta la adolescencia y podía besar la paz y la calma que se le escapaba al abrir los ojos. Así que ya lejos de su juventud decidió regresar, y volvió. Bajó de la barca, con los ojos llenos de humedad, y caminó con los pies descalzo, entrando a las veredas que conquistó en su niñez, llegando a la plaza, sorprendido notó que otros llegaban con pies descalzos, que también descendían de barcas porque estuvieron ausentes, y se encontraron allí, extendiendo sus manos llenas de nostalgias, justo al atardecer, “como en los viejos tiempos”, pensó, y río a carcajadas sin vergüenza, por la ironía, porque siendo viejo envejecía también el tiempo joven… Yo apenas era un niño, nacido en aquella isla, porque para mí era una isla, y los escuché hablar de sus historias, los vi llorar de melancolía, jurando no partir jamás si volvieran a nacer en aquel lugar… Hoy lo recuerdo y siento paz al recordar, y quisiera tener el valor para volver, y caminar de nuevo descalzo, recorrer las veredas que fueron mías, y que me bastaban para ser feliz, y llegar a la plaza de mi niñez…

martes, 14 de junio de 2011

SOLO CONVERSABAMOS...

Conversábamos como ejercitan los atletas experimentados antes de una competencia, no tanto para preparar el cuerpo para las exigencias que requiere la ocasión sino más bien para calmar las emociones que pueden traicionar la mente y causar ese desequilibrio que puede hacerles caer en el error de exigir cuando no se debe y dejarlo de hacer cuando es necesario; así conversábamos, sin la mínima intención de medirnos en una pista de carrera, porque a veces nos equivocamos al pensar que eso es la vida ¡una pista de carrera! y da risa cuando nos vemos inmerso en semejante error, yo suelo reírme: que la vida es una competencia, que hay que llegar primero, que hay que ganarle a no sé qué, tonterías de escritores de fabulas tontas, conferencistas que quieren causar sensación con palabras vacías y teorías tan falsas no soportan dos minutos fuera del escenario donde son expuestas.

Conversábamos porque la vida a veces no es más que palabras que corren de un lugar a otro, que son escuchadas o leídas y luego olvidadas, porque no tiene sentido sentarse en la sala de emergencia de un hospital al lado del otro, uno con esa agonía de no saber qué pasará en diez minutos, si saldrá el médico y dirá que todo está bien, que es un varón sano o que así es la vida, que uno no sabe lo que le toca y que hay que seguir corriendo, mientras el otro no encuentra a qué aferrarse para seguir creyendo que el cáncer aun no se le lleva a la pareja, y los dos sin mirarse, sin conversar y permitirse la oportunidad de dejar que las palabras hagan lo suyo…

Y no era una sala de emergencia, pero nos urgía dejar correr los minutos, las horas, y tal vez los días; que corrieran ellos, minutos, horas y días, yo solo quería quedarme allí sentado, viendo la luz del sol debilitarse como los ojos del anciano sentado en el porche de su casa a las dos de la tarde mientras la brisa le roza el rostro y se va perdiendo en un mundo en el que los recuerdos tienen más fuerza que el presente, solo quería estar allí y ver desfilar un siglo entero sin enterarme de los cambios, contemplando el horizonte sin ningún blanco fijo, porque la gente se empeña en creer que hay un destino hacia donde correr, un blanco al cual apuntar, pero aquella tarde me importaba un carajo el destino, no me presionaba el destino ni mis treinta vacíos y solitarios, decidí que no dejaría que un propósito se burlara de mí y me obligara a pesarme en una balanza que siempre será desfavorable; y nos reíamos de los pobrecitos aquellos que no podían sentarse en una plaza y perder el tiempo ganando la vida… Porque solemos confundir el tiempo con vida, como si fuera tan difícil saber que la vida son instantes libres del tiempo, por eso cuesta vivir porque no sabemos caminar sin las cadenas del tiempo…


No recuerdo de qué conversamos, y me río mientras intento recordarlo sin conseguirlo, es que fue grato el momento, no transcurrió un siglo, pero fui libre del tiempo mientras estuvo a mi lado, disfruté de la vida, de la vida desnuda y crudita, aun sonrío cuando recuerdo sus ojos y gestos, y me sentaría una eternidad a su lado, conversaría con ella de las tonterías que son tonterías porque nadie las ha comprobado con sus tontos métodos una y otra vez solo para volver a vivir…

lunes, 13 de junio de 2011

TU VOZ…

A veces creo escuchar tu voz burlar el silencio de mi soledad, tu voz siempre fue magia que rompió con mi seguridad, y aunque no estoy seguro de lo que oigo, creo escucharte, a veces…

Entonces sonrío, por un segundo sonrío, pero mi sonrisa es vencida por el miedo, me arropa el miedo de ser sorprendido aquí, en el lugar equivocado, en el momento no indicado, rodeado de nada, y es que nada es lo que tengo sino te tengo, no tengo vida para vivir, porque no sé vivir sino te tengo…

No tengo palabras para explicar por qué sigo aquí, sin ánimos para avanzar, por qué no avanzo hasta tu voz, sé que éste no es mi lugar cuando creo escucharte, y sinceramente no sé si te espero o me escondo, es que sin ti ha sido difícil avanzar…

NOCHES…

La noche agita sus alas y apunta su vuelo contra mí, la noche hoy es muerte y la muerte fija sus ojos en mí, la noche se lleva mi alma y me muestra esperanza con el amanecer, esperanza que no encuentra lugar en mí para reposar porque mi alma se fue con la oscuridad de la noche…

Y así, tengo un recuerdo que me lastima la vida al despertar, un recuerdo que intenta escapar y lo logra, huye perdiéndose entre las nieblas del olvido, y quedo hueco, vacío, con ojos que al observar nada ven, voy sintiendo que el presente se va quedando encerrado entre los cristales que encierran el pasado… Y siento el peso de una eternidad que se vuelca sobre mí, que me atormenta, que dejó de importarme y aun me preocupa, se asoma por mi ventana y se burla…

Entre noches y amaneceres se me van los días, y cada uno de ellos se lleva un recuerdo de mí, ya no recuerdo muy bien quién fui, ya no sé si fui un sueño de noches anteriores o el velo que al despertar se desvanece mientras abro mis ojos…

PROMESAS.

Me aburriré de tus besos cuando el aburrimiento sea un concepto que describa el placer de sentir tus besos míos, diré entonces que me aburren tus besos para que entiendas que no hay nada mejor que tus besos.

Te odiaré cuando el odio sea un elemento fundido entre las letras del amor, entonces diré que te odio con todo mi amor mientras te abrazo.

Desearé tenerte lejos cuando la lejanía sea un lugar exclusivo para los dos, cuando sea el hogar de nuestros días.

Seré tu enemigo cuando la enemistad sea otro pretexto para estar a tu lado.

Caminaré en dirección contraria a ti cuando ésta sea un sendero que una nuestros pasos.

Dejaré de pensarte cuando no pensarte sea un vacío en el que tu cuerpo baile al ritmo de las emociones que nacen en mí cuando te miro.

UNA VEZ MÁS…

Una vez más la noche brilla dentro de mí, su luz son sombras que ahogan mis sueños, mis sueños se ausentan y la noche vaga en mi memoria, sacudiendo los recuerdos que olvidaron el camino y se quedaron encerrados en cárceles de olvido, y corren desesperados a las afueras de la memoria, y se hacen uno con la noche, sosteniendo antorchas que iluminan los tormentos y disfrazan de eternidad la noche.

De nuevo despiertan los demonios mientras creo que duermo, se hacen dueños del lugar, beben de la sed que me inquieta y borrachos ponen en jaque mis emociones, y me sorprendo inconforme, frustrado, y se abren mis ojos cerca del final y tiemblo, y no encuentro letras para anclarme y no seguir a la deriva de las oscuras trampas que me hacen trofeo de demonios ególatras que susurran canciones con letras de un tiempo suspendido, vestido de ayer, incrustado en la memoria de un futuro que saluda al presente con sonrisa de burla.

Murmura la noche, y apuesta en contra de lo conocido, desafía la seguridad que voy sintiendo falsa, como sembrando minas de dudas entre mis pasos, como queriendo detenerme, murmura cuentos de fracasos que ya escuché, y eleva sus sombras mientras murmura… Y me desconozco, inmerso en un laberinto que ya recorrí, y una vez más no encuentro salida, y una vez más me pierdo sediento…

HEREJÍA Y UN BESO.

Exceso, fue la excusa con la que justificaron su aprensión, derroche de poder, porque cuando el conocimiento contradice el orden lógico establecido, que solo es lógico porque así se ha pronunciado legalmente, que solo es legal porque nunca ha sido contradicho y que no se contradice porque hacerlo significa la muerte, entonces el conocimiento es poder, y es exceso poseerlo y al fin de cuenta no es conocimiento sino herejía que debe purificarse con la muerte, aun siendo la misma muerte, como sentencia, una herejía contra la vida.

No le mortificó la aprensión, ni siquiera la sentencia pronunciada que se haría efectiva al amanecer frente a los ojos del pueblo, como una lección, que solo es lección porque reprime, que reprime para no enseñar sino más bien para desenseñar, que al final no es lección porque no suma al progreso ni a la evolución, sino más bien es advertencia en contra de las amenazas que apuntan de muerte a los intereses del pueblo que no es el pueblo, de la religión que no es religión, de la verdad que es una estructura de pilares viejos llamados mentiras. Lo mortificó aquel beso, dulce beso que brotó de los labios de una diosa, diosa escondida entre las mujeres del pueblo, de cabellos rizados, cuyo color bien podía confundirse con la luz del sol del mediodía, diosa de edad corta, tal vez apenas se descubría a sí misma, cuyo cuerpo era como la misma danza de la magia…
Nunca tuvo temor de morir, y era la ausencia de ese temor la que inspiraba sus palabras y el coraje de pregonar sus oraciones en contra de aquellos que se nombraban autoridad y reclamaban derecho divino, siendo en sus labios la divinidad una herramienta para dominar y una licencia para matar argumentando que muertes como la que presenciaría el pueblo al amanecer eran semillas esparcidas al viento que garantizarían la permanencia de la fe. Pero ahora lo siente, ese frío dentro de sí que estremece los huesos, esa incertidumbre que surge cuando quieres rogar por un milagro, por un verdadero milagro que sabes que no ocurrirá… Escribió con sangre en la pared, por no tener tinta, para no olvidarlo en las siguientes ocho horas: “tal vez mi incertidumbre es fe”. Nadie mataría por una verdad de la cual no se está seguro, él no estaría en esa prisión, escribiendo con sangre, sin posibilidad de ver de nuevo a aquella mujer, linda mujer, de no haber sido por una mentira hecha verdad por tradición. El mundo sería mejor si todo ser humano reconociera que es débil, que tiene incertidumbres, el mundo sería hoy más para él, mucho más que cuatro paredes de las que solo saldría para enfrentar la muerte. ¿Qué pasaría con ella? ¿Qué tal si mañana su hermosura fuera un pretexto para acusarla de bruja para seguir aleccionando al pueblo y demostrándole con dosis de muerte la autoridad divina? ¿Cómo podría volver a besar sus labios?

Con el nacimiento del sol fue escoltado a la tarima, maquillado de heridas para el espectáculo, pero la herida más grande la llevaba en su alma, un beso que le hacía apreciar la vida… Y allí de pie, a tan solo segundos de la muerte, pudo mirarla entre la multitud, y solo algunos pudieron escuchar sus palabras agonizantes: “solo el amor puede ocasionar la incertidumbre que resulta en fe”…

RECUERDOS.

Hoy lo reconocen, para aquel entonces él se había resignado a una vida más sin ella, a pesar de que apenas pisaba el escalón de los treinta sus muchos intentos que igualaban sus fracasos lo llevaban a pensar que no sería posible, ya sabía demasiado como para entregarse al juego tonto del amor, que no es tan tonto como cuando aun no pisas los treinta. Resignado justificaba su cobardía con la falsa entrega a la construcción de un futuro distinto para él, su plan era tan tonto como el amor a su edad, pero al menos tenía un plan para entretenerse. Ella aun no se resignaba, apenas entraba a la sala de los juegos tontos, pero escudada con un todavía no es el tiempo, con una serie de reglas auto dictadas que, según ella misma, la protegerían de los fracasos que terminan siendo veredas que conducen al amor verdadero, así lo reconocen hoy.

Ni si quiera su plan pudo cambiar su naturaleza, no es fácil deshacerse de los vicios y hábitos que se llevan en el alma durante tantas vidas, y él siempre fue un andante, criatura sin hogar, supuso alguna vez que semejante vicio era una maldición que solo podía romper la sonrisa del amor, eso fue antes de decidir no ser más tonto. Lo cierto es que aun a sus treinta se mantenía errante, se reconocía forastero, y sin orgullo pues le pesaba ser un nómada, pues extrañaba la quietud del hogar que nunca tuvo, ser recibido con un abrazo después de cada jornada que la vida exigía, mirar la luna acompañado de ella, sin ruegos, teniéndola a su lado.

Ni siquiera sus reglas la mantuvieron al margen de él, lo vio pasar frente a ella, y sin saber cómo explicarlo creyó recordar las palabras que escuchó dentro de ella: “tendrás que esforzarte en nuestro próximo encuentro, tendrás que sonreír como hoy”. Y así sonrió, como aquella noche frente al lago que separaba el bosque de la pequeña aldea, cuando se despedían porque así debía ser, porque de lo contrario la muerte la arrancaría a ella de su lado, cuando él, antes de perderse entre los caminos del bosque, juró encontrarla de nuevo, reconocerla y arrebatársela al tiempo para él. Así sonrió, como aquella noche en la que confió en aquella promesa, porque era tonta, como él era tonto, porque creían que podrían desafiar los tiempos y abrirse paso en otros siglos hasta coincidir y de nuevo unirse el uno al otro. Él la miró sonreír y siguió caminando, de espalda a ella, uno, dos, tres, cuatro pasos y se detuvo… ¿Quién era ella? ¿Por qué le sonreía? ¿Cómo podía esa sonrisa golpear su alma con paz?

Volteó y allí seguía ella, mirándolo, no pudo evitar reír, por sentirse tan tonto a su edad, por creer de repente en tonterías, por pensar que la maldición que lo mantenía caminando era tan solo el producto de un juramento, ella entonces le dio la espalda y siguió su camino, el juego apenas empezaba, él sospechó que cada mañana tropezarían en la misma esquina, y pronto caminarían en el mismo sentido, tomados de la mano, hacía el mismo lugar…

SOLEDAD.

Anciano, lleno de días, buenos y malos, de pocas palabras, la risa se ausentó de sus labios una mañana de junio, él creyó que había sido una sabia decisión, pensó que tal vez era lo mejor, quizá no para él pero sí para ella. Ella intentó explicarle que se equivocaba y juró que lo encontraría una y dos y hasta mil veces de nuevo, que no habría lugar en el que pudiera esconderse, lo juró aún sabiendo que él era ágil para desaparecer, lo juró aún sabiendo que tal vez nunca más volvería a encontrarlo.

Se sienta cada mañana en el porche de la casa que soñó en su juventud, esperando los ochenta que ya se acercan, en su mano derecha un cigarrillo con el que desafía a la muerte, o más bien con el que se burla de ella, demostrándole que no ha podido ni aun con todos sus intentos y a pesar de sus descuidos ser derrotado. Su mirada cansada, ya ni se esfuerza para ver más allá de sí mismo, piensa que no necesita hacerlo, ha visto demasiado, se ha alimentado de paisajes, de rostros, de lugares, todo lo que necesita ver lo guarda dentro de él, en su memoria. Es densa la niebla de las mañanas de junio, él lo sabe, y a pesar de los tormentos que se esconden en ella se levanta dispuesto a jugar con ellos; no pretende engañarse, no esquiva sus culpas y reconoce sus errores, es así como los fantasmas que despiertan en junio, y lo esperan sentados en el porche al amanecer, terminan aliados a él, sin armas para atormentarlo, encerrados en galerías de buenos recuerdos y malos recuerdos.

Sin embargo, siente dolor. He allí su error más grande: la soledad. No se permitió la compañía, teniendo siempre excusas para partir, jugando siempre a buscar mundos, alejándose cada vez más de ella. Ya se acercan los ochentas, así que cada tarde se sienta de nuevo en el mismo lugar, esta vez sin cigarros en su mano derecha, sino con un lote de los versos que en la soledad le escribió a ella, piensa que hiriendo sus heridas puede anestesiar el dolor. Así que va leyendo sus versos y al terminar cada hoja la deja escapar de sus manos dejándole su suerte al viento, siempre pensó que sus letras llegarían a ella y ella entendería que aunque la alejó de él nunca dejó de amarla. Tal vez ella lo sabe, puede que aun intenta encontrarlo; a veces me siento también en el porche de mi casa, a dejar que el viento deje caer los versos de aquel anciano en mis manos, a veces leo sus versos, y pienso en ella, en quien sonríe para mí mientras me mira como si todo el universo fuera una excusa para encontrarnos, yo espero no tener el valor para alejarme de ella, espero atar mis pasos con cobardía para no invocar la soledad.

MAGIA.

Sonríe mientras mira a su alrededor, piensa que solo falta él, sería perfecta la tarde de este domingo de junio si aún estuviera él. Mira sus manos, aún sonriendo, no le pesan las arrugas en la piel, ni siquiera ese temblor en las manos, él le decía que era el nervio propio de la piel cuando sabe que ya se acerca mucho más el momento del descanso, le decía que a veces descansar asusta, da miedo, porque uno se acostumbra a esa agonía constante a la que llamamos vida. Corren los nietos a su alrededor y la rozan, en su garganta una fiesta de lágrimas se va preparando, pero nadie ve sus lágrimas festejar, levanta su mirada al cielo, y una gota que rueda por su mejilla se convierte en el eco de las palabras de quien fue su compañero “no es en el cielo donde debes buscarme, es dentro de ti, porque siempre seré uno contigo…”. Así que cierra los ojos y cree mirarlo, allí está él, sereno, siempre con letras en sus manos, para ella; puede verlo sonreír también, porque él sonríe cuando ella lo mira, porque él siempre fue feliz frente a sus ojos.

Con sus ojos cerrados invoca el aroma de la tierra azotada por el sol de junio, que apenas comienza a descansar con el atardecer, él siempre le decía que junio era un mes con pasión, es de luz intensa durante el día, pero sus atardecer ofrecían una paz llena de magia, le decía que era una magia que no alcanzaba a ser descrita con las palabras, entonces ella sonreía y lo miraba con gesto de “no sabes lo que dices”, y él le decía que un día entendería la magia, y entonces sabría que hay un lenguaje mucho mejor que las palabras. Se le ocurrió mientras mantenía los ojos cerrados que aquel lenguaje del que hablaba su compañero podría ser el aroma de la tierra, el aroma del cielo, el susurro de la brisa, la tonalidad de todo lo natural, y abrió sus ojos una vez más, deseando con el corazón y con el alma suya que él estuviera frente a ella para abrazarlo y decirle que había logrado entender la magia, estaba dispuesta a reconocer que él siempre supo lo que decía. Pero no lo encontró, en cambio vio la cara de sus cinco hijos y de sus nietos que la miraban sonriendo.

Se sentaron junto a la mesa, allí en el patio de la casa, bajo el manto de la tarde del mes de junio, mientras la noche del veintinueve se maquillaba para caer, hijos y nietos, y ella… El mayor de los hijos suspiró, y dejó escapar un “solo falta mi padre”, que llenó de silencio el último minuto del atardecer. Ella miró a cada uno de ellos, y sonriendo les dijo “su padre fue un mago, y logró quedarse entre nosotros, yo no puedo explicarlo con mis palabras, pero un día entenderán la magia”.

ENCUENTRO.

Él la miró a los ojos, se paró justo frente a ella obligándola a detenerse, fingió atravesarse en el camino sin ninguna intención, dando a entender que el encuentro de sus miradas fue un accidente. Al ver sus ojos brillar la ciudad enmudeció, y por un momento pensó que se había perdido en el tiempo, que ellos dos habían regresado, sí, regresado como si de allá venían, al siglo en el que aquella plaza no era más que un bosque de amores furtivos, un bosque en el que se encontraban aquellos que en pleno pueblo debían disimular sus sentimientos. La brisa despertó, mientras la tarde ya bostezaba para entregarse al sueño y darle su espacio a la noche, los árboles que adornan la plaza se movían con gracia al ritmo de la suave y silenciosa brisa, el viejo samán que yace en el centro de la plaza se agitó, como levantando sus ramas, como celebrando el encuentro de los dos mortales, samán silencioso y anciano, único testigo sobreviviente de aquellos encuentros que ya extrañaba pues el pasar de los siglos fue llevándose los bosques y al parecer los amores verdaderos también.

Ella sonrió al verlo frente a ella, le pareció que él tenía mucho que decirle, y por un segundo miró detrás de él con asombro pues captó el momento en el que el día y la noche se abrazan para seguir sus caminos, fue como si la luz y la oscuridad se rozaran por un instante y brindaran por los viejos tiempos, antes de ser separados, él pensó que no brindaban por los viejos tiempos sino por el encuentro de ellos.
Él se acercó a ella, dos pasos adelante, ella sintió su corazón acelerarse, en el momento no supo qué era esa emoción dentro de ella, si miedo o alegría, pero no podía entender por qué podría ser algo como alegría, por qué dudar del miedo; pudo haber retrocedido o esquivarlo para seguir su rutina, pero no quiso, quiso convencerse que por curiosidad esperaría ver con qué intención aquel extraño se le acercaba, aunque los dos pasos que lo acercaron a ella también le decían que no era extraño.

Ella pensó que lo había visto en algún lugar, pero no lograba recordar dónde, él había intentado acercase antes, pero no había llegado el momento, pero ahora lo era, era el momento, lo decía la brisa que susurraba alrededor de ellos, lo señalaba la luz del sol ya fundida entre la sombra de la noche. Miró su sonrisa y sintió esa calma que hasta ahora para él solo era un mito, sintió como si más de un intento descansaran, como si en aquella sonrisa reposaran secretos de muchas vidas suyas. Y sin pensar en lo torpe que se escucharía, o en lo ilógico de sus palabras, sin saber si quiera lo que diría, le dijo:

“Todo lo que ves ha existido esperando este momento, existe para nosotros, todos tus pasos te trajeron a mí y todos mis pasos me llevaron a ti”.

Ella pudo dudar, pero no quiso, de alguna manera supo que era cierto…

ELLA Y SUS PASOS.

Ella camina y sus pasos no la llevan a ningún lugar, la ven pasar las calles que guardan secretos de tantas pisadas perdidas, que conocen destinos ajenos, y que han acumulado con el pasar de los tiempos historias de pasos perdidos que finalmente encuentran lugar. La saluda la brisa, cuyas caricias son como sonrisas de buenos días, como un beso del amanecer que ofrece una luz distinta; ella solo camina, recibe el saludo de la brisa, lo recibe en silencio, su silencio es protesta, es rebeldía contra el tiempo que ha pospuesto sus buenos días, es rebeldía contra la luz de la mañana cuya intensidad solo desnuda la soledad que acompaña sus pasos.

Ella sonríe, sonríe mientras camina, su sonrisa es desafío, pues ha decidido desafiar a la misma brisa que también pasea por los espacio, con andar de gracia, buscando el lugar que perdió sin saberlo, buscando el tiempo en el que quedó estacionado su momento, cuando ella bailaba sobre el mar y abrazaba la tierra, cuando la tierra era suya y los ríos mostraban senderos a nuevos mundos. Ella también quiere encontrar su momento perdido entre las garras del tiempo, y desafía al tiempo, ignorando el orden lógico de los sucesos, dispuesta a desordenar incluso el mismo desorden con el que danza el tiempo y robarle el momento que le pertenece; ella quiere bailar al ritmo de las emociones que guarda para él, y abrazar la luz que escapa de la noche y que puede ser alcanzada al amanecer… Quiere conocer los nuevos mundos, esos que ofrecen hogar y descanso, esos cuyos caminos no hieren los pies sino que curan las heridas que ocasionan los intentos fallidos, quiere acampar, y decir que llegó el final, y que el final sea una cama con compañía, un desayuno sin soledad, un café con aroma de hogar y un resto del día que no la obligue a protestar con silencio.

La luz es más intensa mientras más lejos la lleva el camino, distanciándola no sabe de dónde, acercándola a ningún lugar, y más desnuda va, doliéndole su propia mirada sobre sí misma, porque puede notar que el tiempo decidió ser su enemigo a muerte, porque no pudo ser cobarde para rendirse, y a veces duele ser valiente… Allí va ella, pasando frente a mí, y no me atrevo a mirarla para no alimentar su dolor, para que no vea en mis ojos el reflejo de su piel, piel ya cortada por los desordenes del tiempo, que se alimenta del orgullo y del dolor, del dolor que nos hace escudarnos con orgullo mientras es escudo que quema la piel que lo sostiene… Ella que me mira y yo que veo mi piel, y me sonríe, en silencio me mira y sonríe, porque protesta contra mi orgullo, porque no es vida la suya y no debe ser de nadie más, porque va pensando que mientras para ella cae la noche para otros apenas va amaneciendo, y yo que quiero extenderle mi mano y darle de mis amaneceres, pero lo sé, sus pasos serán exclamaciones de otros tiempos, y su piel conjuro contra la niebla que pretende enceguecer a los forasteros y confundirlos en los senderos…